6 de octubre de 2013

Escribo, porque no sé vivir.

Mientras yo hago mi particular movimiento de dedos (y de caderas) no te das cuenta del tiempo que te robo. De las cosas tan jodidamente productivas que podrías estar haciendo. Pero no, prefieres mi cintura, y en ella morirá tu cordura. Corazón de hierro y cerebro de ladrona. Hija, la astucia de una serpiente y la nobleza de una paloma, me decía. Pero no. Por lo visto son cosas casi incompatibles. La serpiente está hecha para comerse a la paloma, y la paloma para huir de la serpiente. Jamás serán amigas, por mucho que se esfuercen los escritores frustrados de cuentos infantiles, por mucho que lo piense mi abuela. Y es que aunque pique el Sol, los domingos sin manta, series televisivas y él son tan grises como las películas de los 60's. Ay... como me duele. Le quiero muchísimo, y quizás parezca demasiado, pero no lo es si repito que ahora le quiero un poco más que muchísimo. Y mucho más que demasiado. Y quizás, también, bastante más que mucho. O demasiado más que bastante. Me duele todo lo que le quiero cuando no está, y le quiero todo lo que me duele y lo que le amo cuando sí. Y así hasta el caos, que me han dicho que se parece al infinito.