17 de septiembre de 2013

Ordenando el ático

Tengo la cabeza llena de versos preciosos, que de mucho en mucho me atrevo a ordenar (aunque, siendo sincera, pocas veces lo hago bien). Quizás se deba a las cosas bonitas, al incienso quemándose en la noche, a las novelas románticas a la luz de las velas, las olas chocando entre ellas y sobretodo, quizás se deba a él. Las cosas bonitas hacen que las cosas mediocres parezcan aún más mediocres, más normales, más "yo". Las cosas bonitas son bonitas, y no hay mejor forma de expresarlo que con una obviedad. Las cosas bonitas son las que te arrancan sonrisas en los amaneceres más solitarios de tu vida. Esas que te roban las lagrimas y se encargan de que no vuelvan a florecer en mucho tiempo. Ellas son efímeras, son frágiles, son, pues eso, bonitas.
Y sé, con certeza, que la cosa más bonita que me han regalado, es su sonrisa. Y eso no me lo va a robar nadie, porque se podrá marchar de mi cama mil veces, que yo la recordaré como si estuviera delante, siempre.